España. ¿Un futuro multiétnico?
La inmigración es hoy en España un tema de candente actualidad. Los cayucos, las costas Canarias, los subsaharianos y los servicios sanitarios que los atienden a su llegada son protagonistas de todos los medios de comunicación desde hace semanas. Sin embargo, hace 10 años que España se convirtió en un país receptor de inmigrantes y las consecuencias de este fenómeno han sido relegadas a un segundo plano, dejando paso al tema de las avalanchas de pateras que atracan en nuestras costas.
Pero es septiembre, y con el inicio de un curso escolar marcado por un aumento considerable en el porcentaje de niños inmigrantes en las escuelas públicas se reabre el debate anual que pone de manifiesto que la inmigración de segunda generación es ya un núcleo importante de la sociedad española, una evolución natural que ha marcado unos parámetros políticos, económicos y sociales ya imparables en la España actual.
La natalidad en España ha alcanzado su cuota más alta en los últimos doce años gracias a la pujante colaboración de las madres inmigrantes. Durante años, hemos ocupado el último puesto de la UE en lo que a nacimientos se refiere, y tercer puesto en el ranking mundial de población envejecida. Si la situación no cambiaba, en pocos años el número de jubilados superaría con creces al de personas en edad de trabajar.
Gracias a la inmigración el número de nacimientos aumenta cada año, hasta tal punto que en la actualidad son ya el 15% los niños nacidos de madres extranjeras instaladas en España, porcentaje que se ha duplicado tan sólo en los últimos dos años. Este repunte ha supuesto y supondrá en las próximas décadas, según un reciente estudio realizado por la entidad bancaria de Caixa Cataluña y la Universidad Autónoma de Barcelona (30 de agosto de 2006), un crecimiento económico que habría sido descenso en caso de haberse mantenido la baja cuota de natalidad de la década de los 90'.
Sin embargo, la situación no es tan idílica como apuntan las cifras. Dada la rapidez del fenómeno los gobiernos españoles de la última década se han visto cuanto menos sorprendidos y hasta abrumados por el número de inmigrantes que se incorporan a nuestra sociedad, de tal forma que el gasto público no ha crecido en consecuencia. El más afectado es el sistema educativo, y aquí surge el debate: conseguir plaza para un niño en un colegio público supone cumplir una larga serie de requisitos basados principalmente en los ingresos familiares. Si a esto sumamos que es necesario cubrir un cierto cupo de hijos de extranjeros en las escuelas públicas nos encontramos con que en ciertos barrios hay un número de inmigrantes de primera o segunda generación que alcanza el 80% del alumnado. Consecuencia evidente de que si la población foránea genera beneficio económico hay que aumentar el gasto público que supone ocuparse de su integración en la sociedad.
Además, todo apunta a que éste es sólo el principio del aumento del alumnado, pues ahora se están incorporando a la primaria los niños nacidos en el año 2000. Dado que desde entonces la natalidad no ha hecho más que aumentar progresivamente, cada año el número de matriculados será mayor y, de no pensar en realizar una inversión para mejorar (o al menos adecuar a los cambios) las instalaciones y la calidad de la enseñanza pública, ésta podría sufrir un serio detrimento del que, al fin y al cabo, los mayores perjudicados serán los escolares.
A pesar, sin embargo, de este crecimiento de la natalidad y a pesar también de que la llegada de inmigrantes a España aumenta cada año, se prevé que paulatinamente el número de nacimientos vuelva a descender pasados unos años. Hoy, las mujeres inmigrantes mantienen la tasa de natalidad de sus países de origen (que supera con creces la tasa de natalidad española), pero los patrones de comportamiento estudiados hasta ahora indican que a largo plazo el efecto será menor de lo esperado, ya que las mujeres asentadas en el país receptor acaban por adoptar las pautas de natalidad de dicho país. Si esto se cumple, en apenas 20 años España volverá a ser uno de los países más viejos del mundo.
Habría que plantearse, entonces, la siguientes cuestión: si con Franco recién fallecido, allá por 1976, la mujer española tenía una media de 3 hijos, ¿qué factores han llevado a que ese índice cayera en picado 20 años después? La última encuesta de fecundidad elaborada por el Instituto Nacional de Estadística entre mujeres de 15 a 49 años, revela que la mayoría (el 50,10%) no tiene ninguna intención de procrear.
Esta actitud, decisivamente influida, según los expertos, por el alto índice de paro femenino (el 57% del total), la precariedad de los empleos temporales y el cada vez más elevado nivel cultural de las mujeres -inversamente proporcional a la proliferación de familias numerosas- auguran un futuro marcado por el crecimiento cero. Desolador, en efecto, si no fuera por la llegada de la inmigración, que ha equilibrado el fenómeno hasta lograr un crecimiento positivo.
Igual que a los gobiernos, lo repentino del fenómeno inmigración ha afectado también a la población española, cuya capacidad de asimilación no ha sido acorde con la velocidad creciente de llegada de inmigrantes de múltiples continentes y nacionalidades. Las cifras hablan por sí solas y los inmigrantes de segunda generación, menores ya españoles, es cierto que hoy suponen un aumento del gasto público, una inversión, como cualquier menor. Aún así, en el futuro, también contribuirán a sostener y aumentar el crecimiento económico de nuestro país, que ha alcanzado en los últimos años niveles insospechables hace apenas una década, impulsado en gran parte por la mano de obra extranjera.
Es evidente que el eterno debate sobre los beneficios y perjuicios que la población inmigrante aporta a nuestro país sigue abierto y está aún lejos de llegar a su fin.